Cristina Rodriguez

 Cristina Rodriguez

Soy la tercera de una familia de once hijos. Nací en Recetor, un pueblo diminuto situado en Colombia en una región privilegiada con ríos y montañas majestuosas. 

La corrupción y la violencia hicieron de mi país natal un lugar sumamente difícil para vivir. Emigré en busca de una vida mejor para mí y mis dos hijos. Esta esperanza vino a costa de dejar atrás lo más preciado como lo es mi familia, mis amigos y la esencia de mi país con sus regiones, sabores, olores y ritmos musicales. Nuestro Nobel de Literatura definió esa pérdida como “la nostalgia del olor de la guayaba”.

En los 1990s, las empresas estadounidenses reclutaban personal médico de otros países. Fui seleccionada e inmigré a Estados Unidos con mi diploma de fisioterapeuta en la maleta. Mi primera experiencia viviendo en este país fue esperanzadora, pero también difícil.  Tuve que venir sola, dejando atrás a mis hijos en Colombia. Esos fueron algunos de los meses más largos de mi vida, ya que mis hijos eran pequeños y mi corazón se rompía al no poder estar con ellos todos los días. La esperanza llegó en Navidad, cuando su padre los trajo a mí. Mi hija recuerda esto como uno de sus recuerdos más especiales, cuando nos reunimos finalmente en la casa que les había preparado.

Tuve libertad estando en este nuevo país, pero también vinieron muchas dificultades. Cuando mi visa de trabajo expiró, me di cuenta de que regresar significaba volver a un país donde mis hijos sufrirían. Así que decidí quedarme en Estados Unidos, indocumentada y como madre soltera.No podía seguir trabajando como profesional, así que colgué mi título,, me remangué las mangas y trabajé en cualquier trabajo que pudiera conseguir para cuidar de mis hijos. Vivir como inmigrante indocumentada fue doloroso, una preocupación constante que se cernía sobre mí, pero con determinación y Dios a mi lado, siempre se abría un camino. Encontré una manera de poder estudiar en un college comunitario, lo que me ayudó a estar más preparada para trabajar en otras áreas.

Prosperar para los tres significo obtener nuestra green card y la ciudadanía, un cambio transformador que nos otorgó el permiso para trabajar y viajar. Después de más de dos décadas, finalmente pude volver a ver a mi familia, lo que trajo lágrimas de alegría. Mis hijos adultos son mis regalos más preciados. Obtuvieron títulos universitarios a través del trabajo arduo, cumpliendo un sueño que tenía para ellos. Han establecido hogares con maravillosas parejas, y ahora disfruto de mis días de jubilada con mi nieta bilingüe de dos años. Agradezco a todos los maravillosos seres humanos que conocí en el camino, cuya bondad nos bendijo más allá de toda medida, y aprecio devolver y hacer trabajo voluntario con las comunidades sin hogar.

Elegir la palabra abundancia porque refleja la riqueza del amor que fomenta la empatía, el respeto, la tolerancia y la compasión. Mi esperanza se extiende a los corazones de los funcionarios del gobierno, instándolos a implementar políticas que reflejen la abundancia en la humanidad. Al final, todos estamos luchando por proveer para nuestras familias, trascendiendo fronteras y culturas, ya que todos los padres comparten el mismo amor por sus hijos, buscando la oportunidad de darles una vida mejor.